En esta obra, que eran 1.000 metros de telas, plasmó lo que sería el regreso para los sobrevivientes y cómo luciría ese bosque que él mismo plantó en su casa en el Ávila (el cerro al lado de Caracas). Todo esto lo hizo con telares y petróleo, usado por los babilonios para impermeabilizar las embarcaciones. A partir de entonces este material se empezó a relacionar con una idea recurrente en su vida: El bosque, punto de partida de la muestra El bosque y todo lo que crece, que se exhibirá en el MamBo de Bogotá hasta el próximo 14 de marzo.
Cuando Borges, de 79 años, habla de la muestra después de más de dos décadas de no traer su trabajo al país, revela cómo todo se relaciona: su infancia en los campos de Catia (una zona de Caracas que hoy está superpoblada); su propio bosque; el encuentro con el árbol del Tule en México, que lo impactó: “Es un árbol gigantesco, tiene como 2.000 años y se me ocurrió representarlo, pero todo lo que hacía se sentía chiquitico. La corteza es como una piel de elefante. Empecé a hacer el Tule, cada vez lo iba haciendo más grande y no lo lograba terminar”. Así llegó a este trabajo en el que percibe todo aquello que reposa sobre esta corteza que es como el árbol del tiempo sobre el que habitamos.
En medio de estos inmensos formatos de telar con petróleo, anudados, encolados, está una segunda parte de la muestra, titulada Lo que crece, esta vez láminas de medianos formatos coloridos hechos en computador. Representan detalles de plantas e incluso partes del bosque. En esta muestra lo inmenso abraza a lo pequeño como en el círculo de la vida. La naturaleza se combina con la tecnología, el caos se ordena. Borges expresa el cruce de sus caminos.
Las imágenes catalogadas con minucia dan la sensación de un herbario. “Sí, soy como un botánico del arte. Cada cosa tiene su número y así encuentro todo. El herbario se nutre del bosque, es como un ecosistema”, afirma emocionado por una idea que no habría llegado a su mente de no ser por la sugerencia de la directora del MamBo, Gloria Zea, quien le pidió que trajera las dos series distintas. Fue al montarlas en esa sala circular del Museo cuando mostraron el vínculo que existe entre ellas: “Estoy relacionado con la tierra, al mismo tiempo que soy de la ciudad. Y mi trabajo es una obsesión continua sobre esa relación. A veces se me olvida y revisando me doy cuenta de que ha estado ahí. Son como caminos cruzados: la tierra y la tecnología.
Esa obsesión lo llevó en los años 70 a construir una computadora gigante para un montaje escénico, también a destruir y reconstruir programas de computador, y lo mantiene continuamente almacenando información que recoge por el mundo y archiva conceptos que sólo él entiende: ‘Cosas que quieren estar juntas’, ‘Encuentros fallidos’, ‘Cosas que pasan’.
Ahí en sus depósitos virtuales encierra todas sus inquietudes: la educación, la tierra, la alienación del hombre ante las máquinas, su amor por la filosofía y por la palabra, la sensibilidad por la naturaleza y todos los cuestionamientos que lo convierten en un artista completo, lleno de proyectos y sin edad, pues lo de él en el arte y en la vida siempre ha sido salirse de las tendencias y llegar a los cruces de caminos.
Fuente: www.elespectador.com