De vez en cuando Paul McCartney se junta con Sting, Elton John, Phil Collins y hace una versión magistral en vivo de Hey Jude; a veces, tal como hace dos semanas, aparece en el Factor X del Reino Unido. De Ringo Starr, tras decir que nada extrañaba de Liverpool, no queda más que el recuerdo de una figura suya hecha con arbustos que fue decapitada. George Harrison, el callado, el místico, fue noqueado en el cuadrilátero por un cáncer de pulmón en noviembre de 2001. ¿Y John Lennon? John cumplió, sin proponérselo, el requisito de los ídolos que se inmortalizan cuando la muerte les ataja el paso. Dejo, a propósito, de ser un hombre y se volvió una leyenda.
Durante los últimos 60 días Lennon ha sido el centro de gravedad de Liverpool. En realidad, lo ha sido desde el instante en que tomó una guitarra entre sus manos y selló su destino, atado de por vida irremediablemente a la música. Pero en estos dos meses se exacerbó la fiebre al recordar que el 9 de octubre, hace 70 años, Julia Lennon dio a luz a John en el hospital de maternidad local y que el 8 de diciembre, hace 30 años, Mark David Chapman apagó esa luz. Sus legados se traducen en obras de teatro, exposiciones fotográficas, conferencias y conciertos de homenaje que no son más que los suspiros de añoranza que esta ciudad arroja por él.
La agenda comenzó a correr cuando se reveló el monumento que construyó una artista estadounidense de 19 años para recordar el espíritu pacifista de Lennon. Quienes quitaron la manta fueron Cynthia y Julian Lennon, su primera esposa y el hijo de ambos, y en medio de esta iniciativa fue ella quien recordó: “Siempre lo he amado y nunca he dejado de llorarlo”. “Hide your love away”, quizá le respondería él. Lennon nunca entendió cómo Cynthia decía pretender alejarse de su pasado, amarrado al grupo musical por un matrimonio que duró casi una década, mientras posaba en periódicos y revistas hablando de ello. Ese reclamo fue una de las últimas cartas que ella recibió de él.
En Liverpool podría ocurrir cualquier cosa menos que la memoria de John Lennon perezca. En 1988 fue fundado el museo The Beatles Story, que se encuentra en un muelle llamado Albert Dock. Ahí se concretan dos elementos que, en el imaginario de los scousers (nombre con el que se reconoce a la gente de Liverpool), hicieron grande a su ciudad: el mar y la música. De la gestión de quienes coordinan este museo-altar surgió el proyecto de introducir la trayectoria del cuarteto en los pensum de los colegios locales, y con Lennon como hilo conductor, los niños resultan aprendiendo la historia, el arte y la literatura de Inglaterra de mitad del siglo XX a través del lente de Los Beatles.
Siendo justos, la ciudad entera es una especie de museo-altar a Lennon y del famosísimo cuarteto que lo hizo figura notable hasta la madrugada que se cruzó con Chapman en la puerta de su edificio, en Nueva York. La organización National Trust ha conservado las casas de infancia de Lennon y McCartney durante años, conocerlas es uno de los tantos paseos que se pueden hacer en Liverpool a nombre de Los Beatles. El de las casas, dice National Trust, es una “verdadera mirada a los inicios humildes de Lennon y McCartney”. No hay otra manera de conocer las residencias pues el acceso es privado, y los turistas emocionados que quieren tomarse una foto sobre la cama en la que el pequeño John dormía no pueden más que regresar con las manos vacías, las fotografías no son permitidas.
El Espectador.com
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