“Presidente, ¿se nos ha prometido?”, le pregunta la presentadora de Canale 5, con ojos brillantes bajo unas luces ambientales que le dan a la escena un aire muy de culebrón. “Sí, sí estoy prometido”, contesta él, sentado en el borde de un cándido sofá, vistiendo un conjunto azul y con las arrugas borradas por los focos del plató. Los ojos estirados por mucha cirugía desaparecen en una sonrisa que parece tímida, las manos se esconden la una dentro de la otra. “Es oficial”, confirma. Así vuelve Silvio Berlusconi. Así vuelve a derrumbar los confines entre lo público y lo privado, entre su compromiso político y su vida personal. Algo que siempre hizo y de lo que, en cambio, siempre culpó a la presunta conjura de magistrados, periodistas y comunistas.
En la tarde del pasado domingo, Barbara d’Urso le acogió en el estudio de Domenica Live,un programa de entretenimiento y cotilleos para familias, de la emisora propiedad de Berlusconi Canale 5. Era la primera entrevista desde que anunció que se presenta por sexta vez a presidir el Gobierno del país.
De facto, arrancaba la campaña electoral. El viejo líder del Pueblo de la Libertad, que acaba de desenchufar el oxígeno a los tecnócratas guiados por el economista Mario Monti, hablaba un poco de impuestos (que quiere quitar), de empresas (que hay que sostener), de Unión Europea (que no hay que secundar), pero luego se jugaba el as en la manga: “Me sentía muy solo, acababa de divorciarme, mi madre había muerto y mis hijos dan la vuelta al mundo, volvía a casa y estaba vacía. Los amigos organizaban unas cosas, las noches, inocentes, de diversión.
De aquello [se refiere al tristemente famoso bunga bunga, que no es nada anecdótico según los fiscales de Milán que le acusan de inducción a la prostitución de menores y de concusión] les pido disculpas a mis seguidores. Pero por fin ya no estoy solo”. Así vuelve. Sentando la cabeza. Con una novia con la que enmendar un incómodo pasado.
Se llama Francesca Pascale, viene de Fuorigrotta, un barrio popular de Nápoles, tiene 27 años, “49 menos que yo, una diferencia quizá excesiva”, confesaba Berlusconi desde el borde del sofá blanco. Y tejía sus loas: “Francesca es una chica guapa por fuera, pero aún más por dentro, de principios morales sólidos, una alegría continua, está a mi lado, me quiere mucho y yo se lo devuelvo”. Apareció a su lado varias veces en los últimos meses. Muchos pensaron en ella cuando Berlusconi se defendió diciendo que “tenía pareja estable”. Luego circuló una foto suya en Villa Certosa (la mansión sarda de Berlusconi) en 2007. Fue retratada en el atormentado invierno de 2011, cuando –mientras se le escurría de entre las manos el mando del país a su amado– estaba en el portal del Palazzo Grazioli con su Smart. Llovían indiscreciones, pero ella se mantuvo discreta.
El domingo, aunque no estaba en el plató, llegó su momento para subir a escena.
Esbelta, ni alta ni baja, ni morena ni rubia, siempre enfundada en conjuntos elegantes, Pascale no se parece en nada a las vistosas chicas que desfilan, como testigos, en el Tribunal de Milán; las que el gran jefe mantenía en pisos de lujo en la Vía Olgettina de Milano, 2, el prestigioso barrio que construyó en las afueras de Milán cuando solo era un empresario. Francesca no se parece a Marysthell Polanco, Ruby Robacorazones o Nicole Minetti, a quienes toda Italia escuchó [tenían los teléfonos pinchados] dirigirse a papi-presidente con “mi amor”, “love of my life” y risitas para luego quejarse entre ellas por el poco dinero recibido al final de una noche (a veces solo cinco mil euros) y de su culo fofo. “La Franci”, como la llama Emilio Fede, director del telediario de su Rete 4, amigo y coimputado, es distinta. “Es una chica normal y muy devota, por eso llegó allí donde las otras fallaron: le robó el corazón a un hombre que podría tener a cualquier mujer”, confía una periodista muy cercana al candidato.
El Pais
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