La verdad detrás de toda esta fiesta es que Charly regresaba desintoxicado. Había tocado fondo hace mucho tiempo, más de una década, cuando empezó a olvidarse de las letras, a patear micrófonos y romper instrumentos en medio de sus presentaciones en vivo y, por consiguiente, a depender cada vez más de sus músicos acompañantes (María Gabriela Epumer, quien ya falleció, cumplió hasta el final un papel que promediaba entre guitarrista, corista y enfermera). Al mismo tiempo, las trazas del genio asomaban en discos como Influencia y Rock and Roll Yo, confusos pero nada descartables. Tal vez por eso la alarma tardó en encenderse.
Pero se encendió finalmente, y Charly terminó en un proceso de rehabilitación en la finca del también músico Palito Ortega. De vez en cuando llegaban rumores alentadores: que está más afable, que ha vuelto a componer… hasta que hace unos meses la radio lanzó su nueva canción, Deberías saber por qué, y la televisión comenzó a mostrar su nueva estampa: apaciguado, más gordito y un poco —sólo un poco— más lúcido en sus respuestas a los entrevistadores.
Una mañana el Obelisco, ese imponente bloque que se alza sobre la Avenida 9 de Julio, amaneció con un brazalete gigante de “Say No More”, el eslogan que hizo famoso Charly en sus presentaciones de los 90. No hubo necesidad de imprimir su rostro, ni su nombre. Todos supieron que la leyenda volvía.
La ausencia de Charly, sin embargo, nunca fue total. Durante el tiempo que permaneció aislado, la editorial Caras y Caretas publicó una novela que gira alrededor de su figura: El día que secuestraron a Charly, del periodista y escritor Fernando Cerolini. El libro circuló, gustó entre los melómanos por sus citas constantes del rock argentino (incluso Mercedes Sosa aparece como personaje fugaz, “sentada en un enorme sillón con forma de bombo”) y fue apreciado como lo que era: una buena obra de ficción. Pero al reaparecer el verdadero Charly, la crítica empezó a señalar más de una coincidencia y la novela rebrotó por los numerosos aciertos de sus presagios. Entre ellos, el del aumento de peso.
En la novela, un hombre llamado Natalio (igual que un personaje del primer disco de Sui Generis) decide aplicar un tratamiento no convencional para combatir su depresión. Las opciones son asesinar al ex dictador Videla o secuestrar a Charly. La segunda le resulta más lúdica, y emprende un plan perfecto, minucioso en los detalles. Pero quien se roba la atención del lector es Charly. El novelista logró un retrato magnífico. Sentimos el peso de sus huesos cuando lo están cargando dopado, y lo oímos hablar en su jeringonza de rock cuando expresa cosas como: “Últimamente estoy muy freak, detesto la memoria. Nadie puede acordarse sólo de lo bueno, loca”.
Entrevistado por la revista Ñ Fernando Cerolini habló del aliciente para escribir la novela: “Lo que siempre me llamó la atención fue que se estuviera destruyendo públicamente durante más de 20 años y su entorno y la sociedad actuaran como si no pasara nada, diciéndole, como al rey desnudo de su canción, que estaba todo bien”.
¿Y el concierto de regreso? Bastante bien, sin haber sido idílico. La que hubiera podido ser una melodiosa noche de la primavera porteña, terminó bajo el yugo de una de las tormentas más crueles del año. Arriba en el escenario, Charly hizo todo por mantener la concentración y la energía, y lo logró. No se olvidó las letras. Regaló un solo de piano impecable en la canción Fanky, llamó al escenario a Luis Alberto Spinetta (a quien presentó como “mi ídolo y maestro”) para interpretar juntos Rezo por vos y revivió un tema poco tocado de su época de Seru Girán, Llorando en el espejo.
Lo que queda claro, sin embargo, es que la gente lo quiere. Digamos que se salieron unos 10 mil. Igual, quedaron 30 mil mojándose por él. Y la prensa después fue benévola, sin importarle que el sonido no hubiera sido óptimo o que las pantallas hubieran estado mal ubicadas: esas son cosas de la organización que no tienen que ver con el artista. El periódico Perfil tuvo incluso un guiño inteligente cuando tituló: “Charly desató un temporal”.
Sin estropear el final de la novela, hay algo en lo que se parecen las últimas páginas del libro de Cerolini y la presentación que vimos esa noche en el Estadio Vélez Sarsfield. Son complejas, sería reduccionista decir que está todo bien. Pero al menos parecen ser el comienzo de un final feliz.
Fuente: www.elespectador.com
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