martes, 24 de noviembre de 2009

Eventos: Una noche de recuerdos musicales

Hace unos años, un periodista le preguntó a Willie Colón qué le faltaba a la salsa de hoy para ser tan influyente como esa de los años 70 y 80. ``Como mínimo, una buena canción'', dijo el maestro sin pensarlo mucho y sin más explicación. Su respuesta me pareció una lección de lucidez artística.

La canción lo es todo. Así de simple. Lo es todo incluso en cualquier contexto: llámesele tradicional o moderno, urbano o tropical. Esa noción de la canción como fundamento, como fuerza motora, le permitió a Colón aventurarse fuera del estrecho gueto salsero para escuchar otras sonoridades (música brasileña, panameña, chilena, española, africana), siempre mantiendo el oído afinado para saber quién podía escribir con encanto, con el imán de la seducción.

No hay que decir que Colón descubrió en Blades a un artesano de la palabra. Ambos terminaron convirtiendo eso que llaman salsa en un gran arte.

Cuando Blades comenzó en los años 70 a dotar esa expresión neoyorquina con una estética literaria, muchos salseros no estaban acostumbrados a escuchar lo que ahora se conoce como ``canciones con conciencia''. Pero algo intuían, algo les decía que estaban ante un hombre que movía a pensar. Además, la música no había perdido su motivo principal: mover al baile.

El panameño trajo muchas de esas canciones a su concierto el pasado sábado en el James L. Knight Center, de Miami. Son clásicos (Plástico, María Lionza, Ligia Elena, Buscando guayaba, Pedro Navaja) que los seguidores se conocen al derecho y al revés, y cuyos mensajes les permiten, al menos en una suerte de teoría sentimental, pensar en una Latinoamérica unida, en personajes que filosofan, en una solidaridad con los marginados de la tierra.

Es cierto que Todos vuelven, la gira que Blades emprendió hace unos meses, está enfocada en el período post-Fania (años 80), cuando Blades escribió otras canciones geniales (El padre Antonio, Decisiones, Buscando América) y juntó a excelentes músicos en la banda Seis del Solar (luego Son del Solar). Pero el concierto sirvió, fundamentalmente, para repasar buena parte de su carrera como compositor.

Casi todos los músicos de Seis del Solar estaban allí (el bajista Mike Viñas, el conguero Eddie Montalvo, el timbalero Ralph Irizarry, el pianista Oscar Hernández...), tocando los mismos arreglos sin mayores alteraciones y, sobre todo, evocando el pasado. Yo eché en falta una puesta al día, un concepto que colocara el repertorio en un contexto actual. Pero en realidad, el concierto no podía eludir ese espíritu de música memoriosa.

Los recuerdos musicales son altamente poderosos. Sobre todo en la salsa, una música urbana (vean ustedes, el término no fue inventado por lo reggaetoneros) que se alimentó de una urgencia cultural: la búsqueda de una identidad común entre latinos que decidieron echar raíces en Estados Unidos.

Que esta música alcance hoy un grado de fervor en algunos países de Latinoamérica escapa a mi entendimiento. Digamos que la obra de Blades, como la de otros maestros (pienso sobre todo en Tite Curet Alonso), tiene un poder de convocatoria por encima de las diferencias nacionales. Esa lingua franca daba permiso el sábado para que los seguidores cantaran a coro y a todo pulmón, bailaran en los pasillos o se juntaran en grupos con diferentes banderas.

Blades parecía más un fan entusiasta que una estrella de la música. Y por eso, entre canción y canción, saludaba con efusión a quienes lograba identificar en el público: Gloria y Emilio Estefan (``ustedes son un ejemplo de ética y trabajo''), Omar Alfanno (``un gran compositor y amigo'') u Ozzie Guillén (``yo soy fan del béisbol, pero tú me diste una alegría tremenda al ser el primer latino en ganar una Serie Mundial dirigiendo un equipo de grandes ligas'').

Pero el concierto fue sobre todo el público que acudió al Knight Center: venezolanos, colombianos, panameños, cubanos, puertorriqueños, argentinos. Daba gusto, sin embargo, ver a los panameños mostrar su orgullo mediante una refinada elegancia y unos aires aristocracia popular. Es gente que aprecia que su ídolo se haya convertido en un modelo de inteligencia artística sin abandonar sus raíces de barrio.

Cuando el nicaragüense Luis Enrique, que abrió el show, salió a cantar Plástico, era imposible no apreciar el contraste. Blades encarna al último de los grandes maestros de una música que se añeja sin perder su lozanía.

Fuente: www.elnuevoherald.com

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