martes, 15 de diciembre de 2009

Especial: Juanes, personaje del año

El cantante colombiano no sólo rompe fronteras con su música, sino que sigue ganando terreno internacional como líder de causas sociales y promotor de la paz.
No obedece al esterotipo del rockero consumidor de drogas. Desarma cualquier prevención y sin que uno sepa siquiera cómo.

Alguien dijo, ya no sé quién, que “se desprecia lo que no se conoce”. En el caso de Juanes esta frase me parece más cierta: al que no le guste Juanes es porque no lo conoce. Yo no lo quería, antes de conocerlo, y nunca quise ir a sus conciertos ni aunque fueran gratis; por prejuicios, por celos, por bobadas. Me parecía exagerada su fama, propagandística su filantropía, demasiado simple su música, hechiza su belleza.

En cambio, cuando lo vi por primera vez (no en televisión, no en un concierto, no en la carátula de un CD ni en la portada de una revista), cuando lo traté un instante en la casa de unos amigos, de inmediato me di cuenta de lo equivocado que estaba: en un segundo Juanes te desarma cualquier prevención y sin que uno sepa siquiera cómo, bastan pocos instantes de conversación para derribar cualquier barrera o resistencia y quedar conquistado. Algo así deben de sentir —sin prevenciones— los millones de jóvenes que en el mundo lo quieren, lo cantan, lo bailan y lo aclaman. Las grandes estrellas del pop (como algunos hombres o mujeres de Estado) tienen algo de lo que carecemos el común de los mortales: un magnetismo y un poder de fascinación inmediatos, eso que en otros tiempos se llamaba carisma.

Juanes es un tipo encantador, que destila sencillez y espontaneidad por cada poro, que no se cree más de lo que es (ni menos), que no finge, ni simula, ni disimula: es un monstruo de la música pop contemporánea, una figura conocida y reconocida en todos los continentes, una estrella para propios y ajenos, y sin embargo no ha dejado de ser un sencillo muchacho antioqueño, el hijo menor (entre seis) de un abarrotero de Carolina del Príncipe, un pueblo que, como diría León de Greiff, está “salido del mapa”.

Lo veo por segunda vez para escribir esta nota y nos encontramos en un restaurante típico, cerca de Medellín, Queareparaenamorarte, en La Fe. El nombre del sitio recuerda esas canciones populares de las que se nutre la música de Juanes: “¿Qué haré para enamorar a esa pérfida mujer?”. Por lo que veo en la sesión de fotos que hacemos a la entrada del sitio, la pregunta que Juanes debe hacerse es la contraria: ¿Qué haré para NO enamorar a todas las mujeres? Las de quince, las de veinte, las de treinta, las de sesenta, se le tiran encima, le piden fotos y autógrafos, lo estrechan en abrazos, lo besan, con las pupilas dilatadas, la boca entreabierta, las manos aleteantes, las piernas nerviosas y el pecho erguido. No existe, entre las profesiones modernas, un poder de seducción superior al que tienen los cantantes. Le pregunto a Juanes sobre la manera en que consigue resistir a los encantos de tantas sirenas, pero él, padre reciente de Dante, su tercer hijo, desecha la pregunta: “¿Sabés que yo no me fijo mucho en eso? Ni siquiera me doy cuenta”, me dice, y lo dice con tanta serenidad que le creo: no es el típico cantante seductor que aprovecha toda ocasión de pecar.

Tampoco obedece al estereotipo del rockero consumidor de drogas, ni siquiera en su primer período, cuando era un metalero duro con su grupo de metálica, Ekhymosis. Con una guitarra eléctrica descompuesta (comprada en una prendería por Guayaquil —el barrio de las putas de Medellín—), ensayando en la casa de sus padres, empezó el grupo. La cosa se complicó en quinto de bachillerato, pues por pensar sólo en música perdió cinco materias y el año, en el mismo instituto de donde se graduó el presidente Uribe, el Jorge Robledo. Eran completamente sanos en cuanto a la droga. Lo máximo que consumían eran garrafas de vino dulce barato, comprado en una fabrica que había por El Poblado. “Los que metían droga eran los ejecutivos de chofer y corbata; nosotros nunca, pero los estereotipos dicen otra cosa, por prejuicios tontos contra la ropa negra, el pelo largo o vainas así. Nosotros, en eso, no nos queríamos parecer a Kurt Cobain”.

“Lo que nosotros queríamos expresar era una especie de resistencia musical contra lo que estaba pasando en esos años en Medellín, que era horrible. Eran los años duros de la mafia, a finales de los 80 y principios de los 90: bombas, asesinatos, tiroteos. Para nosotros la música era una manifestación de rabia, de frustración por lo que pasaba, pero también un símbolo de esperanza, una salida del agobio de la violencia. Creo que todavía mi manera de tocar la guitarra tiene algo del metalero que fui. Y conservo esa misma rabia y esa misma esperanza contra la violencia de Colombia”.


Después vino el concierto de Cuba, quizá el más importante de su carrera y sin duda el más apoteósico, que le ha cambiado muchas cosas por dentro: “es como si me hubiera sacudido toda la mierda que me cayó encima”.

La idea surgió en España con Miguel Bosé y una asociación española que trabaja por los derechos humanos. Las opciones del concierto de Paz sin Fronteras eran o los límites entre México y Estados Unidos (Ciudad Juárez) o Cuba. “Escogimos Cuba, aunque mi conexión con ese país, que yo no conocía, era una sola: mi amor por la música de Silvio Rodríguez. Fuimos a Cuba a hablar con el ministro de Cultura. Él nos propuso que cantáramos en la tarima antiimperialista. Nosotros tuvimos que explicarle que la idea era otra: un concierto por la paz, sin ideología, sin fronteras en todos los sentidos, incluyente, de los cubanos de la isla y de los de afuera. Yo le pedí la Plaza de la Revolución y el ministro dijo que necesitaba unos días para consultarlo, porque era muy difícil. Después de La Habana nos fuimos para Washington a contar la idea que teníamos: hacer un concierto por la paz en ‘territorio enemigo’”. Necesitaban al Departamento de Estado para que les ayudara con los permisos a otros artistas. “En Washington también dijeron que nos avisaban después, porque no era fácil. A las dos o tres semanas hubo la aprobación de lado y lado, al mismo tiempo; esa fue una primera buena señal a favor de la paz, un gesto de los dos países”.

Fuente: http://www.elespectador.com/ Entrevista completa en El Espectador.com

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