"Yo soy de los que se equivocan. Meto la pata por excesivamente sincero. ¡Pero no tengo precio!". El Pepe, como llaman afectuosamente a Mujica muchos uruguayos, no tiene precio, efectivamente, en ninguno de los sentidos de la expresión. Es, fuera de toda duda, un hombre honrado. Y también, un personaje inusitado, no sólo por las cosas extraordinarias que ocurrieron en su complicada vida, sino por la increíble capacidad que tiene para mantener una imagen de sencillez. Sus críticos le reprochan una frase que repite con alguna frecuencia: "Como digo una cosa, digo la otra", pero Mujica no cree que represente incoherencia, sino voluntad de negociar, de llegar a acuerdos que permitan avances estratégicos para Uruguay. Y promete que su presidencia se caracterizará precisamente por "negociar, negociar y negociar. Hasta que resulte insoportable".
"Estoy tomando dos cursos: uno para aprender a callarme un poco más la boca, porque ahora tengo otras responsabilidades políticas; Y otro, intensivo, para no ser tan nabo (ingenuo). Parece increíble que a estas alturas me agarre un periodista y me tenga hablando durante 28 horas", dijo, a raíz del escándalo provocado por la publicación de un libro en el que arremetía contra todo el mundo.
El Pepe es capaz, efectivamente, de hablar durante 28 horas sobre lo divino y lo humano y de hacerlo, además, con su extenso vocabulario de tacos y con su aguda e independiente mirada. Pero José Mujica, de 74 años, es cualquier cosa menos un nabo. Más bien es uno de los casos más representativos del éxito de la nueva izquierda latinoamericana, que pasó de defender sus objetivos con las armas a considerar que de las revoluciones de los años sesenta y setenta "no quedó ni la ceniza" y que los programas de lucha contra la desigualdad pueden ser compatibles con el respeto a las reglas básicas del mercado y de la democracia. En definitiva, que el gradualismo también puede ser de izquierda.
El mayor símbolo en toda América Latina de esa nueva izquierda es el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, pero Mujica significa todavía algo más, porque Lula fue un sindicalista, que peleó con huelgas y manifestaciones, y el uruguayo, un guerrillero tupamaro, que defendió la lucha armada y que, con un fusil en la mano, secuestró y combatió a la Policía y al Ejército no sólo durante la dictadura, sino también, al principio, durante la democracia.
Mujica pagó muy caro. Estuvo once años en la cárcel. Dos, directamente enterrado en una especie de pozo, con muy poca movilidad. Siete años sin leer nada. Fue uno del llamado "grupo de los rehenes", nueve dirigentes tupamaros que el Ejército uruguayo amenazaba con fusilar en cuanto se produjera algún acto que amenazara la seguridad de la dictadura.
Otro de esos rehenes, Mauricio Rosencof, contó en un libro su alegría cuando consiguió comunicarse, gracias a una especie de morse propio, con un colega al otro lado del muro. La primera palabra entera que le hizo llegar fue: "Felicidades". Recordaba que era Navidad. Mujica, como Rosencof, pertenece a ese formidable tipo de personas que es capaz de conservar el sentido del humor y la capacidad de dialogar en condiciones infrahumanas.
"Durante aquellos dos años en el pozo, descubrí que las hormigas gritan: basta con acercarlas al oído para comprobarlo", relató Mujica en una famosa entrevista que concedió al poco de salir de la cárcel, en 1985. Pero los propios soldados encargados de la custodia no eran capaces de soportar ese tratamiento y, poco a poco, empezaron a intercambiar unas palabras con los detenidos y, algo más adelante, incluso a pedirles que les escribieran cartas para sus enamoradas.
"Nosotros tuvimos una experiencia que no buscamos ni planeamos. No podemos vivir esclavizados por las cuentas pendientes de la vida. Yo tengo memoria y recuerdos, pero una cosa está bien clara: es importante mirar el pasado, pero también es necesario perderle el respeto", explicó en una entrevista con el periodista brasileño Marco Aurelio Weissheimer. "La vida es porvenir", insistió.
Es precisamente ese aspecto algo desaliñado de Mujica lo que más irrita a algunos sectores de la sociedad uruguaya, que le reprochan "no vestir el cargo". Claro que la acusación básica contra Mujica es la posible existencia de una agenda autoritaria, que el nuevo presidente ha desmentido una y otra vez. Hay quienes le reprochan no haber condenado explícitamente la violencia de los tupamaros, lo que es verdad, pero siempre ha dicho que, a su juicio, lo único que ha quedado de la izquierda no ha sido su lucha armada ni la imposición del Estado sobre todas las cosas, sino el fenómeno socialdemócrata. "Yo le digo a Hugo Chávez: mirá que vos no vas a construir ningún socialismo con eso. Lo que va a quedar a favor acá, en Uruguay, es que van a tener mejor casa, van a comer más y va a ser una reforma decente". Para Mujica, el mayor peligro de la izquierda es que "tiene la mala costumbre de perder de vista ese pensamiento estratégico".
Abrazado y zarandeado por sus seguidores, El Pepe se lamenta de que un exceso de cariño también le puede matar. "Yo aguanto por temperamento. Los buenos matungos (pencos) un día se mueren con los arreos puestos...", comentó cuando fue elegido senador.
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 06/12/2009
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