El mítico D. W. Griffith (Intolerancia, El nacimiento de una nación) estaba en esa avanzadilla y suya es In old California, una película de 17 minutos que transcurre en la California de la época colonial española, y el primer filme hecho en Hollywood. Para Griffith sólo fue uno más de los 98 trabajos que dirigió aquel año, pero supuso el nacimiento de la industria actual.
Muy pocos turistas se acercan a esta esquina que, sin embargo, queda a tiro de piedra del teatro Kodak. Más aún, la gente que se acerca no mira ese recuerdo, sino las estrellas de la fama que adornan la acera de Hollywood Boulevard.
Puede que en la gala este domingo nadie recuerde la efeméride, como tampoco dedicarán mucho tiempo a los ganadores del Oscar Honorífico: el director de fotografía Gordon Willis (El padrino, Manhattan), el productor Roger Corman y la actriz Lauren Bacall. A los tres se les dio el premio casi de tapadillo, en una cena el pasado 15 de noviembre, casi cuatro meses antes de la ceremonia principal. Sin este trío no se podría entender el cine moderno, pero el cine moderno no los quiere. Sí quiere en cambio a actores como Miley Cyrus, Zack Efron, Taylor Lautner y Kristen Stewart: dos de Crepúsculo, la chica Hannah Montana y el chico High School Musical.
Si eso ocurre con los vivos (Clint Eastwood y sus 79 años aparte), ¿qué ocurre con los muertos? El polvo (y algún hueso) de las estrellas de cine descansan principalmente en dos cementerios locales: el Pierce Bros Westwood Memorial Park y el Hollywood Forever Cemetery.
El primero es un pequeño y escondido parque rodeado de rascacielos en Westwood, al lado de Beverly Hills, con tumbas fechadas ya en 1908. Allí, en pequeños jardines vallados que rodean de tres en tres las tumbas, están, por ejemplo Billy Wilder (en cuya lápida se lee "Soy un escritor, pero es que nadie es perfecto") y Jack Lemmon -entre medias tienen a la familia de Carrol O'Connor, mito televisivo estadounidense-, Farrah Fawcett, Walter Matthau o Irwin Winkler. En un lateral, en un muro con los nichos, unas rosas frescas acompañan a Marilyn Monroe, y en otra capilla, también con nichos, reveladoramente bautizada como El santuario del amor, descansa Dean Martin.
Pocos turistas se acercan, y en realidad hay más dolientes presentando sus respetos a familiares recién enterrados. Cruzando hacia el este de Los Ángeles por Santa Mónica Boulevard, y entrando en el centro del antiguo pueblo donde nació el cine, está el cementerio de Hollywood fundado en 1899. Tampoco pasea mucha gente por esta inmensa extensión de terreno, un parque que en verano incluso alberga proyecciones de cine. Allí, entre otros, están enterrados Tyrone Power, Cecil B. DeMille, Douglas Fairbanks (en un monumento que incluye un estanque), John Huston, Paul Muni... todos gigantes del Hollywood clásico, junto a dos de los Ramones o el gángster Bugsy Siegel.
En un sencillo nicho, alejado de las miradas de millones de admiradores que le idolatraban, y que también habrán muerto, están los restos de un mito: Rodolfo Guglielmi Valentino. En ese ala del cementerio, la dedicada a los nichos, unos obreros preparan nuevas capillas. El glorioso camposanto de las estrellas clásicas aún admite nuevos clientes, y por eso llaman la atención las lápidas que anuncian fallecidos de la numerosa colonia eslava en California.
De todos ellos, nadie se acordará el domingo. Claro que probablemente en unas décadas, ¿alguien sabrá quién es Hannah Montana?
Fuente: www.elpais.com
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