Memorias de la carretera, una parábola sobre las alegrías y las tristezas de eso que solo es rock'n'roll y sin embargo, ay, nos sigue gustando, sirvió la noche del viernes de nada obvia inauguración del fin de semana oficial de Miguel Ríos en Granada. La leyenda de la música española, de negro, con ese balanceo suyo inconfundible, el perpetuo coqueteo con el micrófono y aquel gesto de subirse los cuellos que es todo un estilo de vida, brindó a continuación y sin respiro el himno Bienvenidos. Y enloquecieron los hijos, las madres y los primos del rock'n'roll que abarrotaban el primero de los dos conciertos de no hay entradas (9.000 se vendieron) que Ríos ofrecerá en el Palacio de los Deportes de su ciudad natal para abrir la gira de despedida de los escenarios. La ha bautizado Bye Bye Ríos, en otro de sus proverbiales recursos al inglés como lingua franca del pop.
La fiesta tuvo mucho de celebración del vasto repertorio del artista, de cincuenta años de servicios prestados a la música española y del camino que Ríos, más de una vez en solitario, fue hollando desde los lejanos, grises e ingenuos sesenta para los que vendrían después.
Nueve artistas de al menos cinco generaciones se sumaron a la despedida (por turnos y previa negociación del tema que interpretarían a dúo con el gran hombre) en un concierto generoso (dos horas y media) e irrepetible que se registró para su publicación en disco, que distribuirá EL PAÍS a partir del 24 de octubre. El elenco fue mucho más que un alarde de agenda. Es difícil imaginar a alguien, y mucho menos si solo es un hombre (como rezaba el éxito de Ríos, que también sonó ayer) con la capacidad para juntar a una mesa (sucedió en el conocido restaurante Chikito del centro de la ciudad) a artistas tan dispares como Ana Belén, Rosendo, Manolo García y Pereza. "¡Es que este tipo grabó antes que los Beatles!".
¿Y el público? Una mezcla generacional escorada hacia la mediana edad y en envidiable convivencia, empezó a abarrotar el recinto dos horas antes del comienzo y respondió según lo esperado a tanto emotivo estímulo, pese a que el homenajeado se mantuvo de una pieza. Debe de ser porque los viejos rockeros nunca lloran.El secreto mejor guardado de la noche se desveló por fin cuando todos los invitados se subieron al escenario en un acto de sincero homenaje y ya en el turno de bises (esos simulacros de adiós) para interpretar Bye Bye Ríos, escrito por él mismo y tema estrella de la gira (nueve fechas, con llenos en Madrid, Valencia, Barcelona, A Coruña y Santander). No fue, pese a la tentación semántica, el último de la noche y eso que la letra dice "medio siglo de rock'n'roll, se acaba la función".
El honor fue para Himno a la Alegría. Famosísima aportación de Ríos (y de Beethoven, obviamente) a la memoria de un país que echó los dientes democráticos con sus canciones, sonó como una declaración de principios. Miguel Ríos deja la música contento. "Esta edad mía [tiene unos atléticos 66 años] es la del adiós", explicó sin síntomas de blues del autobús (tampoco faltó esa canción, con Manolo García) en la furgoneta de gira que renqueaba camino de su casa en las postrimerías de la Alhambra.
Con las velas de la fiesta aún humeando, el consuelo quedó en la letra de Rocanrol bumerang, que interpretaron asombrosamente Pereza. "El rock es un bumerang, por eso siempre volverá".
El País.com
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