domingo, 2 de enero de 2011

Salvaje, fino y cruel: Homenaje a Carlos Monzón

Su vida estuvo marcada por los grandes triunfos y las más tristes derrotas. Fue amante de Susana Giménez, amigo de Alain Delon y personaje de Julio Cortázar.

Carlos Monzón y Susana Giménez

El último hombre que lo vio con vida se lo topó a la salida de una estación de servicio y le pidió un autógrafo, porque Carlos Monzón aún era un campeón del mundo, aunque lo hubieran condenado a once años de prisión por homicidio simple después de que su esposa, Alicia Muñiz, cayera desde el séptimo piso de un edificio en Mar del Plata, aunque lo hubieran encarcelado, aunque en ese momento tuviera que devolverse a la prisión del Batán, en la provincia de Buenos Aires, para cumplir con su pena. Era un campeón, simplemente porque siempre lo fue. Era frío, distante, hosco y agresivo como un campeón de ley. Nada, nadie podrían quitárselo. Él se lo había ganado, incluso, mucho tiempo antes del 7 de noviembre de 1970, cuando venció en 12 rounds al italiano Nino Benvenuti en Roma y le arrebató el título mundial de los medianos.

Monzón fue un tipo de la calle. Allí, como vendedor de diarios, lustrabotas, recolector de desperdicios o lo que fuera, aprendió las reglas de la vida. En la calle se hizo duro y frío, inconmovible. En la calle aprendió que los demás, todos los demás, eran posibles enemigos que le podrían arrebatar sus cosas. En sus primeros tiempos en Santa Fe, sus cosas eran sólo una bolsa con tres o cuatro fruslerías. Luego esas cosas fueron miles de dólares, millones de dólares. Apartamentos, carros, buses. En julio de 1995, según Iván Raimondi, su abogado entre 1970 y 1977, su fortuna ascendía a US$6 millones, con 35 departamentos, dos casas, un campo, siete camionetas y tres Mercedes Benz. El testimonio formaba parte de una causa que se le seguía por la cuota de mantenimiento que debía pasarle a la madre de su hijo Maximiliano. Él negó la cuantía, pero unos pesos de más o de menos no cambiaban el monto de “sus cosas”.

Por aquel entonces estaba ya retirado del boxeo. Lo que había tenido que hacer sobre un ring, lo había hecho. Y por sus puños habían pasado en una larga sucesión de película Benny Briscoe, Jean Claude Bouttier, Emile Griffith, Rodrigo Valdez, los mejores, los más fuertes. Por su manos, también, había pasado un tórrido romance de años con la vedette Susana Giménez, con quien grabó una película, La Mary. Cuando lo conoció, ella se prendó de él. Su apariencia de frialdad y su orfandad la sedujeron. Monzón era el hombre al que podría redimir y así, amar. Una noche le pidió que dejara el boxeo, pero boxear era lo único que Monzón sabía hacer. Por el boxeo, además, la había conocido a ella. Por el boxeo, le habían dicho, hasta esos señores intelectuales, inteligentes como Julio Cortázar habían escrito sobre él.

Cortázar lo describió como “un boxeador cerebral, que usaba la cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Boutier, que yo vi por televisión”. Luego hizo un cuento político mafioso cuyo telón de fondo era un combate suyo contra el mexicano José Mantequilla Nápoles, La noche de Mantequilla. “Eran esas ideas que se le ocurrían a Peralta, él no daba mayores explicaciones a nadie, pero esa vez se abrió un poco más y dijo que era como el cuento de la carta robada, Estévez no entendió al principio y se quedó mirándolo a la espera de más; Peralta se encogió de hombros como quien renuncia a algo y le alcanzó la entrada para la pelea, Estévez vio bien grande un número 3 en rojo sobre fondo amarillo, y abajo 235; pero ya antes, cómo no verlo con esas letras que saltaban a los ojos, Monzón v. Nápoles”. Después describía la pelea, sentenciaba de “vivo” al actor Alain Delon, promotor de la velada, y terminaba su relato con una frase contundente que explicaba el destino que le esperaba al protagonista de la historia, un tal Estévez, “Ahora mismo —dijo Peralta sacando su pistola”.

Años más tarde, 1984, muerto Cortázar, García Márquez recordó el cuento de Mantequilla. “Uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria”. Once años después pereció Monzón. Se volcó en plena autopista rumbo a prisión.

El Espectador.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario