Para quien viaja en el Metro caraqueño y soporta con estoicismo las penurias de un transporte público al borde de la ruina, hay un capítulo olvidado en esta desdicha nacional que transmite en lugar de pesar, alegría: las mujeres que van de pie, emplean el viaje en escrutar el reflejo de su rostro o de la ropa, que les devuelve el cristal de las puertas del vagón, en un acto de coquetería infinita, que evoca, según la leyenda, a la reina María Antonieta a punto de ser decapitada y exigiéndole a su servidumbre que le arreglen el cabello
Este asunto ha debido antojársele atractivo a Leonardo Padrón para hacer un alto en el quehacer poético, y volver a la telenovela con La mujer perfecta, enredo de amores y proclamas estéticas, de las cuales no es ajeno el país que posee el mayor consumo per cápita de productos de belleza en el mundo, a pesar de que a veces no tengan ni para tomarse un café.
“Si algo me movió a explorar el tema es justamente la obsesión del venezolano por la apariencia. Somos uno de los países más vanidosos. La venezolana, incluso la más humilde, puede privarse de ciertas cosas pero jamás de sus productos de belleza”, apunta este defensor de un género que, ya se sabe, a veces quienes lo odian son los primeros en no perderse un episodio.
A Padrón le bastó con enterarse que las empresas de cosméticos son las más resistentes a los embates de la crisis económica y que la buhonería caraqueña es pródiga en ofertas de maquillajes, lápiz labial y cremas para el cuerpo, para entender por qué los concursos de Miss Venezuela pueden ser más interesantes que los resultados de una elección presidencial.
–¿Por qué no abordó otro tema de mayor dimensión real?
–Hay gente que pudiera pensar que ésta es una historia que no está conectada con la realidad del país, una historia de frivolidades y vanidades. Al contrario. La vanidad se ha convertido en uno de los hilos argumentales del país que tenemos. El país no es sólo política y economía, es también crisis de valores. Me interesa presentar espejos de nosotros mismos, que nos veamos en nuestro reflejo, en el país que estamos siendo.
–¿Existe la mujer perfecta sin silicona?
–Ese título contiene su dosis de ironía y de utopía. Fue pensando con toda la intención de establecer un acto lúdico. De entrada, al decir “la mujer perfecta” todos cuestionamos la posibilidad de que exista y, a la vez, jugamos con nuestra propia versión de esa mujer sin fisuras. Obviamente, lo que buscan hombres y mujeres en una sala quirúrgica es corregir sus “imperfecciones” naturales. Intentan ser lo más perfectos posible. ¿Pero qué pasa con nuestro consabido equipaje de miserias, defectos y debilidades humanas? ¿Ser perfecta es medir 90-60-90? ¿Quién nos garantiza que Angelina Jolie no sea, en su vida personal, malhumorada, posesiva, agobiante o terriblemente egoísta? ¿Sigue siendo perfecta?
–Esta será la única telenovela actual hecha en el país. ¿Le alegra no tener competencia?
–No. Me preocupa el desolador panorama de nuestra televisión. Esta crisis es consecuencia de la crisis del país. Tampoco creo lógico pensar que un solo producto va a “salvar” a la telenovela venezolana, como esperan pomposamente algunos por ahí. Competencia existe, y más feroz y desigual que nunca. Y vale aclarar que la competencia no es con Televen, sino, en rigor, con Telemundo y sus presupuestos de $ 150 mil por capítulo contra los $ 30 mil que se suelen invertir en los productos locales, y contra las historias sin censura de la TV colombiana, transmitidas por ese mismo canal. Amén de las percepciones que tiene parte del público a propósito de las líneas editoriales de ciertos canales. El contexto en el que surge esta novela es complicadísimo. Pero ahí vamos. Estoy satisfecho con lo que estamos haciendo. Ojalá funcione.
–¿Sigue haciéndose buenas telenovelas venezolanas, o ya ese sitial de honor se lo dejamos a los brasileños y colombianos?
–Al imperio de la telenovela venezolana lo arrasó la crisis política y económica, la soberbia y cierta ceguera gerencial. Los valores de producción han mermado en un país sin dólares. El desparpajo argumental que otros países ejercen es imposible en un territorio marcado por la Ley Resorte y la autocensura. Somos, quizás, uno de los pocos países que no produce contenidos en HD (Alta Definición), lo cual ya nos coloca a la zaga en el mapa tecnológico. Ciertamente, es el momento de reinventarnos.
–¿Qué dejó Cabrujas de herencia a la telenovela latinoamericana? ¿Es posible imitar o tratar de hacer telenovelas culturales en estos tiempos borrascosos?
–Cabrujas le aportó un extraordinario equipaje de virtudes al género. Logró espantar el olor a naftalina que sufrían muchas historias. Incorporó la cotidianidad del venezolano al corpus narrativo. Lanzó sobre la mesa historias más reales, combatió con furia el maniqueísmo argumental, le otorgó dignidad poética a los diálogos. Supo darle otra vuelta de tuerca a un género que solía tener códigos muy rígidos. ¿Hacer telenovelas culturales hoy? Difícil. Queda un solo canal nacional produciendo novelas. Ante esa precariedad existencial, contentémonos –por ahora- con que se puedan hacer buenas historias.
–¿Deja a un lado el ropaje de poeta, cuando incursiona en la industria del entretenimiento?
–Dejo miles de cosas. Toda telenovela es una prisión de alta visibilidad. Te secuestra la vida. Todo el que se acerca a su estructura de funcionamiento se asombra de la desmesura de este producto industrial. Criticar las novelas es facilísimo. Hacerlas es abrumador. Pero creo que la poesía, cuando has sido un inquilino terco, no deja de acompañarte, incluso desde la sombra.
–¿Cuál es la receta Padrón para una telenovela exitosa?
–No hay recetas para el éxito. Toda telenovela es un albur. Nunca sabes lo que va a pasar con ella, por más blindado que sea tu elenco, por más insistente que sea tu imaginación o por más sólida que sea la producción. Nunca está de más tratar de ser, al menos, coherente y digno.
Fuente: Talcualdigital.com
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